martes, 5 de junio de 2012

Luna Sangrienta - Parte III




Los pasillos de la fortaleza Khazra estaban pensados para permitir que sus grandes inquilinos pudieran moverse sin problemas por ellos. Los techos, de más de tres metros restaban importancia a la sensación de claustrofobia propia de estar caminando por las entrañas de la montaña. Y la separación de más de cuatro metros de las paredes laterales ayudaba a que el grupo se mantuviera en todo momento unido. El único inconveniente es que desconocíamos el camino que debíamos tomar.

- ¿Por dónde? – Preguntó Kalil al llegar a un nuevo corredor.

- Debemos ascender – Aseguró Karl – Gouler se encontrará en la parte más alta.

- ¿Cómo lo sabes? – Quise saber.

- Es la zona más segura.

En el lado derecho del corredor una ancha escalinata ascendía enroscándose como una culebra. Cuando apenas habíamos tomado ese camino, una horda de hombres cabra apareció pisándonos los talones y otra descendiendo hacia nosotros.

- Yo me encargo de los de atrás.

Sin esperar respuesta, Heremod deshizo el camino para enfrentarse con una docena de enemigos él solo. Tan buen punto abatió al primero con su enorme hacha, empezó a girar sobre si mismo mientras su arma dibujaba un vórtice de destrucción. El bárbaro atravesó el grupo de enemigos cercenando sus vidas, pero uno de ellos, tal vez el más cobarde o puede que el más sensato, pudo escapar. Heremod se detuvo en seco y, aprovechando la inercia del movimiento, lanzó su hacha para acabar con el que huía. La gruesa y afilada hoja se clavó en su espalda casi partiéndolo en dos.

Mientras tanto, en las escaleras, Kalil detenía con su bastón el ataque de un Khazra armado con una maza larga. Al instante, con una técnica magistral, se movió entre nuestros enemigos golpeando hasta a siete de ellos en un abrir y cerrar de ojos. Podría decirse, si no fuera porque es una locura, que el monje consiguió estar en siete sitios distintos al mismo tiempo.

La oposición que nos habíamos encontrado resultó ser bastante pobre, por lo que continuamos nuestro ascenso sin más complicaciones. Según ganábamos metros y dejábamos atrás tramos de escaleras infestados de hombres cabra, la decoración se volvía más barroca y recargada. De la sencillez y practicidad de los niveles inferiores, habíamos pasado a pomposos ambientes repletos de gruesos cortinajes, cuadros de paisajes, sillas acolchadas con terciopelo y candelabros dorados. Aquella decoración no era propia de los Khazra, por lo que dedujimos que nos encontrábamos en las estancias de Garmond o puede que del propio Gouler, del que no conocíamos su aspecto.

Sin quererlo, pues corríamos a la deriva en busca de nuestro objetivo, quedamos atrapados en una gran alcoba con un lecho con dosel, un par de armarios y un escritorio de madera de roble lleno de papeles. Cuando intentamos salir, encontramos cierta oposición que quedó rápidamente diezmada gracias Yuan y un potente conjuro de luz negra que detonó esparciendo los pedazos de las víctimas por doquier.

Volvimos sobre nuestros pasos con el temor de no encontrar el camino correcto, pero en seguida quedó claro cuál había sido la decisión equivocada. En uno de los largos pasillos, habíamos pasado por alto una puerta ancha envuelta en espesos cortinajes negros. Por ambos lados aparecieron más hombres cabra, así que no lo pensamos mucho cuando cruzamos el umbral de la puerta.

La oscuridad nos envolvió por completo y, de nuevo Yuan, tuvo que socorrernos al iluminarnos con un sencillo hechizo lumínico lanzado con su varita. La decoración volvía a ser escasa y las paredes estaban adornadas con espadas, hachas y escudos. Algo de lo que vi, me inquietó, pero no sabría decir qué fue. Sencillamente, di por hecho que habíamos caído en otra trampa, pues al final de la larga galería, brillaba una luz cálida y se oía el murmullo de una multitud. Un murmullo que evocó los recuerdos de la remota Kurast.



...


Mi maestro Vedesfor y yo, nos encontrábamos en una de las lujosas antesalas de Travincal. Después de que Mephisto fuera destruido en el interior del templo, las fuerzas atrincheradas en los muelles de Kurast iniciaron una ofensiva para recuperar los terrenos sagrados de los Zakarum. Sin embargo, la resistencia era fuerte y quedaban numerosas bestias demoníacas y potentes maldiciones entre las antiguas paredes, por lo que tan sólo se había recuperado una parte de la ciudad. Un pequeño reducto defendido por bravos guerreros y poderosos conjuros donde residía, por iniciativa propia, el gran maestre de la orden quien se encargaba de organizar la ofensiva en su lento avance hacia la gloria.
Un soldado de la guardia abrió la puerta y nos comunicó que el gran maestre nos recibiría con agrado. Vedesfor se encontraba realmente emocionado, pero yo tenía mi mente sumergida en el caza demonios que nos habíamos encontrado en los muelles de Kurast unas horas antes y que, a la postre, sería mi compañero de batallas y mi futuro maestro unos años más tarde. Me había parecido realmente enigmático su aspecto y temible su carácter, una mezcla cautivadora para un chico de doce años.

Cruzamos la puerta y el soldado nos indicó que al final de pasillo nos esperaba el gran maestre. Recorrimos el corredor oscuro con paso lento siguiendo los pasos de nuestro guía. Vedesfor vestía su armadura, de su cinto colgaba la espada y en su brazo izquierdo portaba un largo escudo de colores azules con una garra grabada en la parte frontal. Según nos acercábamos, la luz fue iluminando intensamente las paredes y un ligero murmullo se hizo más audible.

Salimos a un jardín rodeado por unos altos muros grises, en el centro una fuente seca y derruida nos recordó que no mucho tiempo antes los demonios habían campado a sus anchas por aquel mismo lugar. El gran maestre se encontraba en uno de los lados del patio, junto a una mesa acompañado por dos hombres de brillantes armaduras y otro vestido con una túnica azul oscura. Observaban y trazaban líneas sobre un mapa de la ciudad, ajenos al ajetreo que les rodeaba. Doncellas vestidas de blanco trasportaban telas y libros al interior de una tienda de tela, mientras algunos obreros arreglaban la fuente y restauraban parte del muro.

El soldado se adelantó y nos presentó ante el gran maestre quien recibió a mi maestro con un fuerte apretón de manos.

- Mi querido Vedesfor – Exclamó con una gran sonrisa – Doy gracias de tenerte aquí, hasta nosotros han llegado tus hazañas en Harrogath.

- No hice más que cumplir con mí deber, señoría.

- Tonterías – Bromeó – Lo que no entiendo es cómo has tardado tanto tiempo en volver con nosotros. Tengo que ponerte al día de cómo están las cosas y, tan buen punto te encuentres dispuesto, quiero que tomes tu lugar a nuestro lado.

- Señor, deberíamos hablar en privado.

El gran maestre se sorprendió ante la sequedad de mi maestro. En aquel momento no fui capaz de descifrar los pequeños detalles, pero en la memoria guardo la mirada que me lanzó el gran maestre y la forma en cómo el rostro le cambio.

- Acompáñame, viejo amigo.

Vedesfor me dio una palmada en el hombro para indicarme que debía seguirles. Entramos en la tienda donde las doncellas se afanaban a ordenar libros. El gran maestre escupió una orden con modales algo discretos y las jóvenes abandonaron sus tareas con presteza.

- Como te atreves a traerlo aquí – Dijo – ¿Acaso no ha sufrido suficiente nuestra tierra?

- Usted dijo que debía redimirme, por eso busqué la muerte en Harrogath, pero no la hallé.

- Así te lo pedí – Contestó el gran maestre – Y debes estar orgulloso de estar aquí para poder matar a más demonios.

- Cuando la guerra acabó me sentí morir, pues no sentía mi conciencia limpia.

- No creerás que engendrar un... – El enfurecido cabecilla de los paladines me dirigió la mirada y calló – Tu redención es difícil, sino imposible.

- Es posible – Continuó mi maestro – Pero mi mente seguía pensando en lo que había hecho. Me dediqué a deambular por el mundo matando a demonios y por mucho que mi espada se manchara de sangre, mi alma seguía inquieta. ¿Sabe por qué? Cada noche me dormía recordándole, cada mañana le dedicaba mi primer pensamiento. Allí donde yo estuviera, su recuerdo me seguía.

- La culpa es una pesada carga.

- Pero vuestra señoría se equivocó, no sentía culpa por engendrarle, sino por no estar a su lado. Me siento responsable – Añadió – Es mi hijo.

En aquel momento, creí que hablaban de otra persona, pero ahora sé que era yo el objeto de discusión. Después de que Gouler encontrase a Yddrisil y de que Vedesfor huyera conmigo. Caminó a la deriva durante un tiempo, hasta que acabó en casa de los que serían mis padres adoptivos. La confusión llevó a mi maestro a dejarme con aquellos humildes campesinos y viajar hasta Kurast para pedir consejo sobre lo sucedido al gran maestro. Las órdenes fueron concretas, si no deseaba ser víctima de una humillación pública, debía prestar su ayuda y su vida para defender la ciudad de Harrogath.

- Su sangre está contaminada – Aseguró el gran maestre.

- No lo sabemos, no ha mostrado ningún indicio. Creo que puedo...

- Debes matarle, Vedesfor – Le interrumpió de nuevo – Hazlo ahora que no se ha revelado su horrible forma.

- Puedo guiarle por el buen camino.

- No te das cuenta querido amigo, es un lobo con piel de cordero. Un día abrirás los ojos y te habrá degollado.

- Soy firme en mi decisión, señoría.

El gran maestre alzó la barbilla y señaló con el dedo índice el exterior de la tienda.

- Vete de mi ciudad – Le ordenó – A partir de hoy quedas expulsado de la orden hasta que no cumplas con tu obligación y derrames su sangre.

- Lamento sus palabras, señor.

Mi maestro me cogió del brazo y me empujó fuera de la tienda. Le seguí a paso rápido y cuando nos encontrábamos en medio del patio, el gran maestre nos llamó.

- ¡Vedesfor! – Exclamó – Te retiro el favor de la luz, quedas expulsado de la orden de por vida por traición. Sin embargo, dado tu buen servicio y gran lealtad hasta este momento, te otorgo la salvaguarda para salir de nuestra ciudad durante el día de hoy con la firme promesa de que, si vuelves a poner un pie en ella, serás ejecutado.

Abandonamos el templo de Travincal en silencio hacia los muelles de Kurast. Nunca había visto a mi maestro tan enfurecido como entonces y eso que habíamos caminado juntos durante mucho tiempo.

- Lo siento mucho, maestro– Dije.

Vedesfor se detuvo y me miró esbozando una sonrisa.

- No debes sentirlo – Contestó – Te daré un consejo, joven Thar. Sigue siempre los designios de tu corazón y asume tus obligaciones para con los demás. No dejes que un inocente sufra por algo que debes hacer tu. De esta forma, siempre podrás conciliar el sueño y cuando llegue el momento de tu muerte, te sentirás satisfecho.



...


Las palabras de mi maestro se grabaron a fuego en mi mente, pero el momento quedó como una simple anécdota cuando en realidad no lo era. Atravesando el largo pasaje hacia la luz, el consejo que me diera en aquel momento afloró a mi mente. Vedesfor lo había dado todo por mí, incluso su vida.

Emergimos del túnel a una plaza redonda rodeada por arcos llenos de verjas y medio millar de Khazra bramando. Una puerta forjada se cerró a nuestra espalda y nos sumió en una trampa mortal y el recuerdo de la muerte de mi maestro me hizo temer lo peor. Nos encontrábamos en una arena de combate y sobre nosotros los hombres cabra nos observaban expectantes a la espera de vernos morir.

- Bienvenidos guerreros – Gritó un individuo cubierto por una pesada armadura y un casco con forma de cráneo de carnero – Soy Gouler, el señor de esta fortaleza.

Por fin habíamos encontrado a nuestro objetivo, aunque de una forma totalmente inesperada. No es que hubiera esperado a una bestia deforme con múltiples brazos y fauces repletas de colmillos, pero el aspecto de Gouler no acabó de sorprenderme tanto como esperaba. Era grande, sin lugar a dudas, pues ganaba por medio cuerpo a la mitad de los hombres cabra, pero su aspecto era bastante poco demoníaco en comparación a todo lo que había visto hasta ese momento.

- Habéis demostrado tener nervios de acero y ser realmente poderosos – Continuó el general de las tropas Khazra – Pero habéis llegado al final de vuestra osada aventura.

El grito del público fue ensordecedor. Gouler levantó los brazos acorazados y dejó que corearan su nombre durante unos eternos segundos. No teníamos escapatoria, nunca saldríamos de aquella trampa a menos que el general muriese. No sé si fue la sangre de mi madre que bullía con furia en mis venas o por el recuerdo de las palabras de mi antiguo maestro, pero llegué a una atrevida conclusión. Gouler me buscaba a mí, pero nos había capturado a todos. Mis compañeros iban a pagar las consecuencias, cuando debía ser yo quien aceptase mi destino. Fue entonces cuando se me ocurrió la estúpida idea de que, si alguien podía vencer a Gouler, era yo.

Con la mente confundida, di un paso adelante con el firme propósito de retar al general Khazra y puede que matarle con mis propias manos. Sin embargo, Karl me puso la mano en el pecho y me empujó de nuevo hacia atrás, para tomar él mi puesto y mi responsabilidad.

- ¡Gouler! – Gritó con las dos ballestas en la mano – Te reto a un combate a muerte.

El general soltó una sonora carcajada que retumbó por todo el anfiteatro.

- ¿Osas retarme? ¿Acaso crees que puedes poner tú las condiciones?

Karl Schlieffer escupió en el suelo con desprecio y caminó hacia el centro de la arena, bien lejos de nosotros.

- Acepta el desafió con valentía o humíllate ante tus súbditos.

El público enmudeció ante tamaña afrenta y la reacción de Gouler no se hizo esperar.

- Te daré la muerte que mereces caza demonios.

Continuará...


Relato basado en el universo Diablo de Blizzard

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