martes, 29 de mayo de 2012

Luna Sangrienta - Parte II



Heremod saltó desde las almenas con el hacha a dos manos en alto y, profiriendo un pavoroso grito, aterrizó como un coloso agrietando el suelo bajo la fuerza de sus pies acorazados. Los Khazra más cercanos retrocedieron atemorizados, pero yo sentí unas incomprensibles ganas de medirme contra él. Su aspecto poderoso era intimidatorio, sus brazos eran tan anchos como mi cuerpo y, a pesar de todo, ansiaba enfrentarme en un combate limpio y amistoso. Mucho tiempo después comprendí que era mi sangre demoníaca la que me estaba hablando, pero en ese momento sólo percibí una ligera ansia de lucha y un pequeño cambio en los colores que me rodeaban. Sí, lentamente el mundo fue tintándose sin apenas darme cuenta. Los brazos de Heremod se tiñeron de rojo, pero no sólo él. Kalil, Jamboe, Yuan y Karl estaban inmersos en una oscura luz rojiza. Me froté los ojos con incredulidad sin ningún efecto, pero levantando la inquietud en mi nuevo maestro.

- ¿Te encuentras bien, Thar? – Me preguntó.

Asentí sin mucho convencimiento, pero para Karl ya fue suficiente. Ninguno de ellos parecía estar preocupado por la extraña luz y no acertaba a entender porqué, tal vez, si hubiera estado un poco más lúcido habría entendido que ellos no la veían. El caza demonios me obligó a ponerme detrás de él, por lo que quedé a salvo en la retaguardia del grupo. Cerré los ojos con fuerza y levanté la cabeza con la esperanza de que aquella turbadora visión desapareciera. Inspiré profundamente para intentar calmar los nervios, debía superarme, no podía dejar que el miedo dominase mi razón. Poco a poco, mi corazón dejó de palpitar sin control para volverlo a hacer rítmicamente. Me sentí de nuevo preparado y convencido de que al abrir los ojos todo habría vuelto a la normalidad, pero me equivoqué.

Mi antiguo maestro, Vedesfor, me había explicado historias sobre los ejércitos demoníacos que él aseguraba que eran simples habladurías. Sin embargo, una de ellas le merecía todo el respeto y credibilidad. Vedesfor fue uno de los bravos defensores de Harrogath durante el asedio de Baal y fue testigo de innumerables horrores, pero nada le provocó tanto temor como el poderoso conjuro que lanzó Shenk, el supervisor del asalto, sobre sus tropas. Vedesfor vio como la luna se tiñó de sangre y las fuerzas de los demonios se triplicaron. Muchos valientes perecieron durante aquel asalto nocturno, grandes hombres que dieron su vida por defender el bastión. Lo que nunca me contó es que, de no haber mantenido relaciones con Yddrisil, mi madre, no habría podido ver aquel tipo de magia demoníaca.

Cuando abrí los ojos y la vi sobre nosotros, recordé la historia de mi maestro. En lo alto del estrellado cielo brillaba la Luna Sangrienta, el mismo conjuro que fue lanzado por Shenk en el pasado y que a punto estuvo de doblegar a Harrogath. A nuestro alrededor había un centenar de Khazras que redoblarían sus fuerzas bajo su potente luz. Puede que Heremod fuera un titán, que Karl fuera el caza demonios más peligroso de todo Santuario o que Jamboe fuera un umbaru terrible. Nada podríamos hacer contra ellos siendo tan pocos, siendo sencillamente humanos.

Al otro lado del patio, Garmond, el asesino de Vedesfor, levantó la espada para dar la orden de ataque, pero esta nunca llegó. Mi sangre burbujeó en mis venas y no sé si fue por odio o por furia, empuñe la Venganza de Vedesfor y me adelanté a todos mis compañeros con un grito salvaje desgarrando mi garganta. Jamboe me observó tras su máscara de lagarto y Yuan abrió la boca de sorpresa al verme correr hacia el ejército con los ojos completamente en blanco. Adelanté a Heremod y ataqué al primer hombre cabra que me encontré.

Con un tajo diagonal partí su cuerpo en dos y aprovechando la fuerza de la espada que bajaba, giré sobre mi mismo para lanzar un corte que rasgó el pecho de tres más y, antes de que la inercia desapareciese por completo, le corté la cabeza al incauto que no se había apartado.

Fue un intenso momento, un maravilloso instante que guardo en mi memoria porqué fue la primera vez que descubrí lo que era realmente. Me encontraba entre dos mundos bien diferentes, pues mi aspecto era humano, pero mi sangre no. La Luna Sangrienta también me afectaba a mí y me estaba otorgando unas fuerzas sobrehumanas que podría usar contra ellos. Gracias a mi sangre, la herida que me procuró el Caído no me mató, gracias a mi herencia me levanté cuando mis fuerzas flaquearon al enfrentarme a Morghal, el exhumado. No era odio, ni furia, era algo muy distinto a todo ello. Algo que sólo los demonios más temibles tienen en la sangre, una fuerza interior que les lleva a buscar a los adversarios más poderosos para vencerlos. Se trataba de la sangre misma, ese es su recurso natural pues está repleta de magia que hierve en su interior de forma descontrolada, por eso, al ver figura del bárbaro me sentí inflamado por las ansias de luchar con él.

Kalil, espoleado por mi actuación, pasó junto a mí como un borrón arrastrando a tres hombres cabra con un golpe increíble que los desarmó. Después, con un giro lanzó la pierna y aplastó el pecho de uno de ellos levantándolo por los aires. Un Khazra se le abalanzó con la bardiche en ristre, pero el monje se deshizo de él con una serie de golpes continuos que acabó con el restallido de un trueno que reventó el pecho peludo del demonio.

Mientras tanto, las mortales saetas de Karl volaban por doquier cercenando las vidas de los demonios más alejados. Yuan, por su parte, había abierto un campo arcano a su alrededor en el que los enemigos veían ralentizados sus movimientos, mientras ella, juntando las manos hacia el frente, lanzaba un potente rayo que atravesaba a decenas de Khazras a la vez.
Heremod había encontrado un gran aliado en el monstruoso revivido al mando de Jamboe. Ambos estaban sesgando las vidas de toda criatura que se pusiera por delante con una facilidad pasmosa. Los puños mortales y excesivamente eficaces del revivido eran capaces de arrancarles la cabeza tirando de sus cornamentas con su colosal fuerza. A su vez, el hacha del bárbaro nunca parecía tener suficiente, tan buen punto se movía horizontalmente desmembrando a sus enemigos, que al instante siguiente descendía envuelta en magia para golpear el suelo y propagar una onda expansiva mortal.

Unos metros más allá, Jamboe se movía de un lado a otro protegido por sus tres canes del inframundo. Los umbaru tienen una forma muy peculiar de combatir y Jamboe no era diferente. De alguna parte de su cuerpo surgían arañas negras que correteaban por el suelo y se encaramaban a las peludas patas de los Khazra para inyectarles un mortífero veneno. Del suelo a su alrededor surgían brazos putrefactos que atenazaban a los hombres cabra para que no pudieran evitar la nube de voraces langostas que surgía de la boca del médico brujo. Uno sólo de aquellos ataques era poco menos que molesto, pero todos juntos y en aquella cantidad eran mortales de necesidad.

Viéndoles luchar pensé que, tal vez, nuestras fuerzas eran más parejas a las de nuestros adversarios. Mis compañeros era unos luchadores extraordinarios y puede que alguno o todos muriéramos esa noche, pero a buen seguro que nos llevaríamos la mayor cantidad de demonios de vuelta a los infiernos abrasadores. Mis esperanzas renacieron al entender que nuestra muerte no sería en vano.

Garmond me gritó desde el otro lado del patio reclamando mi atención. Se dirigía hacia mí dispuesto a cumplir su parte del trato que adeudaba a señor. De nuevo, la sangre de mi madre hirvió en mis venas y tensó mis músculos, pero esta vez vino acompañada de una sensación extraña en mis manos que no fui capaz de comprender en ese momento.
El asesino de mi antiguo maestro me lanzó una estocada en pleno pecho que esquivé con pericia. Estaba claramente en desventaja, pues mi única protección era un justillo de piel y Garmond, en cambio, vestía una armadura brillante que le protegería de mi espada. De nuevo, arremetió contra mí, pero detuve el filo de su arma con la mía. La fuerza de mi enemigo era asombrosa, pero mi sangre me proporcionaba la capacidad de resistir envites como aquel e incluso más fuertes.

- Voy a matarte como hice con tu maestro – Masculló – Disfrutaré rebanándote el pescuezo.

Fue una larga y tensa pugna de espadas. Garmond en un lado y yo en el otro, cruzando nuestras miradas y nuestras intenciones, nuestros odios. Finalmente fui yo quien deshizo el cruce de aceros con la voluntad de propinarle un humillante golpe. Giré sobre mí para ganarle la espalda y le lancé una patada en la pierna izquierda que le hizo tambalearse.

- Tendréis que hacerlo mejor para acabar conmigo – Le increpé - No sé qué conjuro os ha rejuvenecido, pero lo ha hecho sólo de aspecto, pues vuestra fuerza es la de un anciano decrépito.

Garmond no pudo soportar la injuria y de un salto intentó arrancarme la cabeza, pero mi espada fue más rápida y desvió el tajo. Nos sumergimos entonces en un baile sincronizado de ataques y defensas continuos, mientras en mi interior continuaba surgiendo el cambio definitivo que me convertiría en lo que soy.

Sin embargo, pese a que el combate se hallaba igualado, el destino me aguardaba una dolorosa sorpresa. Garmond consiguió dejarme al descubierto y blandió la espada cortando mi justillo a la altura del pecho. Inmediatamente unos finos hilos de sangre empezaron a brotar de la herida, mi vista se nubló y perdí el equilibro hasta caer de rodillas. Cuando una cosa así sucede, lo primero que te preguntas es en qué te has equivocado. Cuál ha sido el movimiento erróneo y si tenías alguna alternativa mejor. Preguntas absurdas que no cambiarían una verdad innegable, si volvía a cometer un error acabaría muerto. Como un lobo que ha olido la sangre, mi adversario lanzó el ataque definitivo. El filo plateado describió una parábola perfecta que penetraría por el lado derecho de mi cuello seccionando los músculos primero, la yugular y la tráquea después, hasta clavarse en la clavícula. En pocos segundos gran parte de la sangre de mi cuerpo borbotearía de mi gollete mutilado en una muerte rápida que percibiría como un suspiro.

Así fue como lo imaginé, pero no como sucedió, pues Garmond había bajado la guardia convencido de su pronta victoria. Esperé con temeridad unas décimas de segundo más y cuando la trayectoria de la espada era imparable, me abalancé sobre él y hundí la Venganza de Vedesfor en su pecho. Fue tal la fuerza de mi estocada que la hoja emergió por su espalda y, pese a su coraza, mi puño quedó hundido en el interior de sus calientes entrañas.

- Esto es por Vedesfor - le susurre al oído - espero que te pudras en el infierno.

De un tirón arranqué mi arma y sus vísceras brotaron como un torrente. Garmond falleció de rodillas ante mí, pagando por el brutal asesinato de Abrahel, Theomer y Vedesfor. Sus almas podían descansar, pues habían sido justamente vengadas, pero, desgraciadamente, no pude saborear aquel momento tan importante.

Karl me agarró del brazo y me arrastró por el patio interior. Lo que antes era una tropa de Khazra, se había convertido en un ejército completo. Algunos chamanes bramaban lanzando potentes conjuros que reforzaban a sus congéneres. No teníamos opciones contra una horda semejante, así que mis compañeros habían decidido cambiar a una estrategia más conservadora. Antes de perdernos en uno de los corredores laterales, pude ver como el cuerpo de Garmond era pisoteado por una estampida de pezuñas. Un final que me pareció muy apropiado para una sabandija que había sembrado la maldad por Santuario acabando con las vidas de gente inocente y valientes héroes por igual.

- Cuando tu maestro sugirió tu mote - dijo Kalil mientras corríamos por los pasillos en penumbra - nos pareció, cuanto menos, ridículo. Creo hablar en nombre de todos cuando te pido disculpas por haber dudado de tu capacidad. Juro que si salimos de esta hablaré de ti y propagaré tu nombre para que sea respetado y temido por igual.

- Será un honor - Contesté.

Sin tiempo para disfrutar de mi triunfo, nos perdimos en el corazón de la fortaleza. ¿Nuestro plan? Encontrar a Gouler y acabar con él antes de que el último de nosotros cayera.

Continuará...


Relato basado en el universo Diablo de Blizzard

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